Uno puede adoptar entre una posición realista o anti-realista con respecto a las actitudes proposicionales (AP), pero cada una de estas opciones tendrá que oponerse a la otra con sus propios términos teóricos e, idealmente, con sus propias teorías. O, al menos, tendría que dar buenas razones para sostener que la postura del contradictor es errónea, ya sea porque asume la existencia de cosas que no existen (o no podrían existir), o porque su propio aparataje teórico logra subsumir, en este caso, las generalizaciones y el poder explicativo de la teoría desafiada.
Aunque remotamente posible, la Teoría Representacional de la Mente (TRM) es una teoría que intenta defender una postura realista de las APs, proporcionando una explicación plausible acerca de qué tipo de cosas tendrían que ser las APs, si fuesen algo que realmente existe. Es correcto decir que, entre todas las teorías disponibles en la actualidad, la TRM es la teoría explicativa de la mente con mejor poder predictivo. En estricto rigor, no hay otra más completa (o menos incompleta). Sin embargo, se pueden tener distintos grados de reticencia con respecto a la existencia de las APs, y aún así mantener cierto compromiso con alguna versión de las TRM, tal como se constata en las diversas opciones de anti-realistas. Basta mencionar dos casos. En primer lugar, las posturas instrumentalistas, donde se asume una TRM sin un compromiso ontológico y literal con la psicología de creencias y deseos. En este caso, se asume que es suficiente asumir una explicación “como si” existieran tales términos teóricos como las creencias y deseos, sólo para sacar provecho del poder predictivo que representa tal “postura intencional”. En segundo lugar, las posturas elimitativistas, donde se soslaya posibilidad de que una psicología de sentido común sea mínimamente verdadera, ya sea porque sus términos teóricos son falsos, o bien porque la ontología que asumen dichos términos explicativos son incoherentes con las que asumen el resto de las ciencias especiales. En este caso, se propone descartar la psicología de sentido común y buscar algo mejor que la reemplace. No obstante lo anterior, se sabe que para ambos casos (i.e la postura intencional instrumentalista y alguna posible teoría fisicalista competidora) la tarea no es fácil, dado que la primera cuestión a la que deben responder es, precisamente, cómo es que los términos que se consideran falsos (y susceptibles de eventual sustitución) son tan exitosos predictivamente, al momento de dar cuenta de la conducta humana.
Desde la perspectiva de un anti-realista, se ha sostenido críticamente que las explicaciones basadas en la atribución de creencias y deseos parecen sólo funcionar en sistemas completamente racionales, i.e. un tipo de cosa que no se halla en la naturaleza, especialmente a la “luz” de la teoría de la evolución. Pero no resulta obvio que de esto se siga que (i) algún grado de racionalidad constatable por la visión evolucionista sea insuficiente para corroborar la existencia de APs, o que (ii) una psicología no intencional sea capaz dar cuenta del grado de racionalidad exhibido por los seres humanos. Desde la persepectiva de un realista intencional, los sistemas racionales son, más bien, especies de sistemas intencionales, y no al revés. Esto implica aceptar que es un error apelar a la racionalidad como criterio de análisis de la intencionalidad. Al mismo tiempo, también se debe admitir la necesidad de contar con una teoría de la “semanticidad” del pensamiento, en tanto proceso mental intencional y racional paradigmático.
Como sería de esperar, las alternativas desafiantes aún no parecen alcanzar un acuerdo con respecto a cuál o cómo tendría que ser una mejor opción que subsuma las generalizaciones de la explicación psicológica de sentido común. Eso, por sí sólo, da pie a una especie de defensa débil de la explicación productiva de la inteligencia humana propiciada por la TRM y la metáfora del computador surgida en el contexto de la Revolución Cognitiva. Según esta defensa, aún no hay buenas razones para descartar la mejor teoría predictiva de que se dispone, en el entendido de que dicha teoría tampoco se vería amenazada por carecer de una teoría (casual) plausible del significado de la representaciones mentales.
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Aunque remotamente posible, la Teoría Representacional de la Mente (TRM) es una teoría que intenta defender una postura realista de las APs, proporcionando una explicación plausible acerca de qué tipo de cosas tendrían que ser las APs, si fuesen algo que realmente existe. Es correcto decir que, entre todas las teorías disponibles en la actualidad, la TRM es la teoría explicativa de la mente con mejor poder predictivo. En estricto rigor, no hay otra más completa (o menos incompleta). Sin embargo, se pueden tener distintos grados de reticencia con respecto a la existencia de las APs, y aún así mantener cierto compromiso con alguna versión de las TRM, tal como se constata en las diversas opciones de anti-realistas. Basta mencionar dos casos. En primer lugar, las posturas instrumentalistas, donde se asume una TRM sin un compromiso ontológico y literal con la psicología de creencias y deseos. En este caso, se asume que es suficiente asumir una explicación “como si” existieran tales términos teóricos como las creencias y deseos, sólo para sacar provecho del poder predictivo que representa tal “postura intencional”. En segundo lugar, las posturas elimitativistas, donde se soslaya posibilidad de que una psicología de sentido común sea mínimamente verdadera, ya sea porque sus términos teóricos son falsos, o bien porque la ontología que asumen dichos términos explicativos son incoherentes con las que asumen el resto de las ciencias especiales. En este caso, se propone descartar la psicología de sentido común y buscar algo mejor que la reemplace. No obstante lo anterior, se sabe que para ambos casos (i.e la postura intencional instrumentalista y alguna posible teoría fisicalista competidora) la tarea no es fácil, dado que la primera cuestión a la que deben responder es, precisamente, cómo es que los términos que se consideran falsos (y susceptibles de eventual sustitución) son tan exitosos predictivamente, al momento de dar cuenta de la conducta humana.
Desde la perspectiva de un anti-realista, se ha sostenido críticamente que las explicaciones basadas en la atribución de creencias y deseos parecen sólo funcionar en sistemas completamente racionales, i.e. un tipo de cosa que no se halla en la naturaleza, especialmente a la “luz” de la teoría de la evolución. Pero no resulta obvio que de esto se siga que (i) algún grado de racionalidad constatable por la visión evolucionista sea insuficiente para corroborar la existencia de APs, o que (ii) una psicología no intencional sea capaz dar cuenta del grado de racionalidad exhibido por los seres humanos. Desde la persepectiva de un realista intencional, los sistemas racionales son, más bien, especies de sistemas intencionales, y no al revés. Esto implica aceptar que es un error apelar a la racionalidad como criterio de análisis de la intencionalidad. Al mismo tiempo, también se debe admitir la necesidad de contar con una teoría de la “semanticidad” del pensamiento, en tanto proceso mental intencional y racional paradigmático.
Como sería de esperar, las alternativas desafiantes aún no parecen alcanzar un acuerdo con respecto a cuál o cómo tendría que ser una mejor opción que subsuma las generalizaciones de la explicación psicológica de sentido común. Eso, por sí sólo, da pie a una especie de defensa débil de la explicación productiva de la inteligencia humana propiciada por la TRM y la metáfora del computador surgida en el contexto de la Revolución Cognitiva. Según esta defensa, aún no hay buenas razones para descartar la mejor teoría predictiva de que se dispone, en el entendido de que dicha teoría tampoco se vería amenazada por carecer de una teoría (casual) plausible del significado de la representaciones mentales.
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