Para determinar cuál de las teorías empíricas de conceptos, actualmente
en oferta dentro del ámbito de la Ciencia Cognitiva, tiene una mayor probabilidad
de ser verdadera no basta con el respaldo que pueda proporcionar una
teorización basada exclusivamente en la evidencia empírica o experimental
disponible. La pregunta que surge a partir de esta aseveración es cuál sería
una alternativa que, idealmente, no caiga en el absurdo de plantear una reflexión
o aproximación que resulte totalmente indiferente a los múltiples desarrollos empíricos que suelen
sustentar las teorías empíricas en cuestión.
Para intentar responder a esta pregunta, es necesario
considerar lo siguiente. Ya sea en un contexto filosófico o científico del
desarrollo de teorías de conceptos, es posible explicitar dos posiciones radicalmente
opuestas con respecto al problema de la naturaleza de los conceptos y el rol
que éstos juegan en nuestra vida mental.
Por un lado, hay quienes podrían sostener que la reflexión
empírica debe comprometerse a penas con una mínima cuota de supuestos metafísicos
con el fin de elaborar teorías a partir de la interpretación de hallazgos
empíricos. En este caso, la teorización basada en la evidencia experimental
propendería a “salvar el fenómeno”, en el sentido de que las practicas
metodológicas relevantes están enfocadas a la mejor relación de adecuación posible
que se puede establecer entre las prácticas de recolección de evidencia, la
evidencia disponible, y las teorías que se formulen a partir de la
interpretación de dicha evidencia.
Por otro lado, hay quienes podrían sostener que la reflexión filosófica debe prescindir, o bien, preceder, a cualquier teorización experimentalmente basada, dado que la respuesta a la pregunta acerca de la naturaleza de los conceptos corresponde a una cuestión exclusivamente metafísica. En este caso, tal reflexión propendería a formular las condiciones sobre las que cualquier desarrollo empírico relacionado tendría que fundar la relación de adecuación señalada en el párrafo anterior. Estas condiciones, al tratar de dar cuenta de un asunto metafísico que tiene que ver con determinar la existencia de algo en el mundo, constituyen un problema ontológico [1].
Considerando estas últimas caracterizaciones, es posible
plantear una posición moderada con respecto a la relación entre ontología de
conceptos y teorías empíricas de conceptos. Según esta posición alternativa, la
cuestión central no radica en cuán inconducente sea la reflexión de un lado o
del otro, especialmente cuando cada uno prescinde de la contribución del otro, respectivamente. Más bien, la cuestión central puede plantearse con
respecto a la comparación y evaluación de supuestos metafísicos que subyacen a
cada teoría, o, más específicamente, a la plausibilidad metafísica de la
noción de concepto que presupone cada una de las teorías empíricas en
competencia. En cierto sentido, esta posición pareciera estar sesgada a favor
de aquella que pretende constreñir quehacer empírico en términos
fundacionales, vale decir, como si la ontología debiera fundar el quehacer experimental
de la Ciencia Cognitiva. Sin embargo, es posible plantear una posición
alternativa en términos menos radicales si lo que se enfatiza es, más bien, un
rol evaluador de teorías empíricas, donde la ontología puede cumplir la función de un
argumento más a la mejor explicación.
Visto de esta manera, la ontología puede jugar un rol
central que no prescinde del quehacer experimental, en el entendido de que su participación
en la evaluación de teorías consiste en explicitar y evaluar, no sólo los supuestos
que alguna teoría declare como parte de su “mínima cuota de supuestos metafísicos”,
sino, más importante aún, aquellos supuesto adicionales que asume de manera implícita. En
este respecto, uno puede pensar, razonablemente, que para una teoría de
conceptos que pretende erguirse como la mejor de su tipo en el campo de la
Ciencia Cognitiva es importante tener “la casa limpia”. Dicho de otra manera,
dadas, por ejemplo, tres teorías empíricas en competencia (e.g. prototipos, ejemplares, y teoría-teoría), la mejor de ellas no sólo es aquella que responda mejor a una
relación de adecuación para salvar el fenómeno, como se señaló anteriormente,
sino también aquella que es coherente con una mejor ontología de conceptos. La razón
es relativamente simple pero comprehensiva, y se puede resumir de la
siguiente manera.
Las relaciones de adecuación empírica que buscan salvar el
fenómeno suelen evaluar la calidad de la evidencia experimental con respecto a “desideratas”,
vale decir, con respecto a un conjunto de fenómenos que los miembros de una
comunidad científica consideren que una buena teoría de conceptos debiera
satisfacer. Por su parte, el análisis de las condiciones de individuación de
conceptos que busca establecer propiedades constitutivas de los conceptos busca evaluar la plausibilidad metafísica de
los mismos, y con ellos establecer su grado de verdad. Es simple y
comprehensivo sostener que la convergencia de estos dos propósitos (propender a
una relación de adecuación metodológica y buscar el grado de verdad metafísica
de una teoría de conceptos) representa una posición más poderosa que aquellas
donde cada una se plantea por separado.
Hay diversas razones para sostener que, a partir de una
teoría empírica que se considere comparativamente buena sólo con respecto a
desideratas explicativos, no se sigue que dicha teoría sea una representación genuina
de las propiedades esenciales de los fenómenos que se pretenden explicar. Por
ahora, sólo señalaré tres de estas razones. En primer lugar, las teorías
empíricas actuales, al despreciar un análisis ontológico de conceptos, tienden
a partir del supuesto que el dar cuenta de las condiciones de posesión de los
conceptos (i.e. al responder cómo es que podemos poseer conceptos) nos puede dicir todo lo que hay que saber acerca de los conceptos. Sin embargo, se
sabe que tal enfoque se sustenta en una subversión, a lo menos, conceptualmente
errada de las condiciones cuya satisfacción permitiría dar cuenta de la naturaleza de los conceptos. Intentar responder a
la pregunta de cómo es que podemos poseer conceptos, con el fin de determinar
qué es un concepto, ya está presuponiendo alguna noción de lo mismo que se pretende explicar a través la especificación de condiciones de posesión. Es
decir, explicar cómo se posee algo asume ese algo cuya posesión se pretende
explicar, dado que “poseer algo” y “ser ese algo que se posee” son dos
cosas distintas. Lo obvio es, por lo tanto, que la pregunta acerca de qué es un
concepto anteceda a la pregunta acerca de cómo se posee un concepto [2].
La segunda razón es que las condiciones de posesión de un concepto tienden a ser inevitablemente epistémicas. Luego, si determinar todas
las condiciones de posesión de un concepto equivale, por ejemplo, a especificar
todos los mecanismos y procedmientos epistémicos que dan cuenta de cómo podemos poseer un
concepto, entonces determinar las propiedades esenciales de algo se hace
dependiente de nuestros dispositivos epistémicos. Esto hace manifiesta una
circularidad al asumir, por ejemplo, que la cognición en tanto fenómeno
epistémico puede ser explicado en base a fenómenos igualmente epistémicos. A su
vez, dicha circularidad hace manifiesta una poco saludable perspectiva filosófica,
según la cual no se hace distingo entre pensar acerca del mundo tal cual pueda
ser, independientemente de que seamos nosotros quienes estemos pensando e él.
La tercera razón tiene que ver con el hecho de que, tal como
se aprecia en las teorías empíricas revisionistas con respecto a la visión
definicional clásica, teorizar acerca de conceptos a partir de los mecanismos
epistémicos fundados en la posesión de conceptos conduce a ciertas incompatibilidades
teóricas importantes. Por ejemplo, uno puede plantear que o bien los conceptos poseen
una “estructura estadística que codifica las propiedades que los objetos que
caen en su extensión tienden a poseer”; o bien los conceptos están constituidos
por el conjunto de ejemplares (e.g. mi concepto de árbol es el conjunto de
árboles que recuerdo); o bien los conceptos corresponden a mini teorías de las
categorías que representan. Sin embargo, ninguna de estas visiones resulta
compatible con los fenómenos teóricos claramente ubicuos en nuestras capacidades
cognitivas, tales como la productividad y la sistematicidad de los procesos
mentales.
Para concluir, diré lo siguiente. Si es correcto decir que hacer filosofía corresponde a una actividad que puede ser ampliamente caracterizada como “buscar la manera correcta de pensar acerca de las cosas”, entonces lo que he planteado en este comentario constituye, a mi parecer, una postura filosóficamente sensata para aproximarse al problema de la naturaleza de los conceptos. En Chile, esta aproximación ha sido sistemáticamente defendida por el filósofo y académico de la Universidad de Chile, Guido Vallejos. He tratado de resumir uno de los aspectos centrales planteados en su libro Conceptos y Ciencia Cognitiva [3], con el fin de promover una perspectiva crítica y a la vez constructiva con respecto a los actuales desarrollos sobre conceptos en Ciencia Cognitiva. Toda contribución es este posteo es bienvenida.
Notas
[1] A grandes rasgos, la ontología busca determinar qué tipo de cosas
hay en el mundo, y qué tipo de propiedades le son esenciales a aquello que haya.
En este sentido, la ontología es parte de la metafísica en tanto ésta última busca establecer una visión o cuadro general del orden natural de las cosas, vale
decir, de la naturaleza, estructura, componentes y principios fundamentales de la realidad.
[2] Puede ser al caso, por ejemplo, que una teoría proponga que los conceptos son representaciones mentales, y que poseer conceptos es poseer pensamientos acerca de las propiedades que expresen tales conceptos. En este caso, la situación de dependencia de las condiciones de posesión con respecto a las de identidad es aún más evidente, por cuando las primeras son necesariamente “parasitarias” de las segundas. Esto, sin embargo, no equivale a sostener que sean intercambiables, porque eso equivaldría a sostener que todo lo que puede parasitar de algo es suficiente para individuar ese algo.
[2] Puede ser al caso, por ejemplo, que una teoría proponga que los conceptos son representaciones mentales, y que poseer conceptos es poseer pensamientos acerca de las propiedades que expresen tales conceptos. En este caso, la situación de dependencia de las condiciones de posesión con respecto a las de identidad es aún más evidente, por cuando las primeras son necesariamente “parasitarias” de las segundas. Esto, sin embargo, no equivale a sostener que sean intercambiables, porque eso equivaldría a sostener que todo lo que puede parasitar de algo es suficiente para individuar ese algo.
[3] Los errores en este posteo son de mi responsabilidad.
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