April 25, 2013

Ontología de conceptos en Ciencia Cognitiva




Para determinar cuál de las teorías empíricas de conceptos, actualmente en oferta dentro del ámbito de la Ciencia Cognitiva, tiene una mayor probabilidad de ser verdadera no basta con el respaldo que pueda proporcionar una teorización basada exclusivamente en la evidencia empírica o experimental disponible. La pregunta que surge a partir de esta aseveración es cuál sería una alternativa que, idealmente, no caiga en el absurdo de plantear una reflexión o aproximación que resulte totalmente indiferente a los múltiples desarrollos empíricos que suelen sustentar las teorías empíricas en cuestión. 

Para intentar responder a esta pregunta, es necesario considerar lo siguiente. Ya sea en un contexto filosófico o científico del desarrollo de teorías de conceptos, es posible explicitar dos posiciones radicalmente opuestas con respecto al problema de la naturaleza de los conceptos y el rol que éstos juegan en nuestra vida mental. 

Por un lado, hay quienes podrían sostener que la reflexión empírica debe comprometerse a penas con una mínima cuota de supuestos metafísicos con el fin de elaborar teorías a partir de la interpretación de hallazgos empíricos. En este caso, la teorización basada en la evidencia experimental propendería a “salvar el fenómeno”, en el sentido de que las practicas metodológicas relevantes están enfocadas a la mejor relación de adecuación posible que se puede establecer entre las prácticas de recolección de evidencia, la evidencia disponible, y las teorías que se formulen a partir de la interpretación de dicha evidencia.

Por otro lado, hay quienes podrían sostener que la reflexión filosófica debe prescindir, o bien, preceder, a cualquier teorización experimentalmente basada, dado que la respuesta a la pregunta acerca de la naturaleza de los conceptos corresponde a una cuestión exclusivamente metafísica. En este caso, tal reflexión propendería a formular las condiciones sobre las que cualquier desarrollo empírico relacionado tendría que fundar la relación de adecuación señalada en el párrafo anterior. Estas condiciones, al tratar de dar cuenta de un asunto metafísico que tiene que ver con determinar la existencia de algo en el mundo, constituyen un problema ontológico [1]. 

Considerando estas últimas caracterizaciones, es posible plantear una posición moderada con respecto a la relación entre ontología de conceptos y teorías empíricas de conceptos. Según esta posición alternativa, la cuestión central no radica en cuán inconducente sea la reflexión de un lado o del otro, especialmente cuando cada uno prescinde de la contribución del otro, respectivamente. Más bien, la cuestión central puede plantearse con respecto a la comparación y evaluación de supuestos metafísicos que subyacen a cada teoría, o, más específicamente, a la plausibilidad metafísica de la noción de concepto que presupone cada una de las teorías empíricas en competencia. En cierto sentido, esta posición pareciera estar sesgada a favor de aquella que pretende constreñir quehacer empírico en términos fundacionales, vale decir, como si la ontología debiera fundar el quehacer experimental de la Ciencia Cognitiva. Sin embargo, es posible plantear una posición alternativa en términos menos radicales si lo que se enfatiza es, más bien, un rol evaluador de teorías empíricas, donde la ontología puede cumplir la función de un argumento más a la mejor explicación. 

Visto de esta manera, la ontología puede jugar un rol central que no prescinde del quehacer experimental, en el entendido de que su participación en la evaluación de teorías consiste en explicitar y evaluar, no sólo los supuestos que alguna teoría declare como parte de su “mínima cuota de supuestos metafísicos”, sino, más importante aún, aquellos supuesto adicionales que asume de manera implícita. En este respecto, uno puede pensar, razonablemente, que para una teoría de conceptos que pretende erguirse como la mejor de su tipo en el campo de la Ciencia Cognitiva es importante tener “la casa limpia”. Dicho de otra manera, dadas, por ejemplo, tres teorías empíricas en competencia (e.g. prototipos, ejemplares, y teoría-teoría), la mejor de ellas no sólo es aquella que responda mejor a una relación de adecuación para salvar el fenómeno, como se señaló anteriormente, sino también aquella que es coherente con una mejor ontología de conceptos. La razón es relativamente simple pero comprehensiva, y se puede resumir de la siguiente manera.

Las relaciones de adecuación empírica que buscan salvar el fenómeno suelen evaluar la calidad de la evidencia experimental con respecto a “desideratas”, vale decir, con respecto a un conjunto de fenómenos que los miembros de una comunidad científica consideren que una buena teoría de conceptos debiera satisfacer. Por su parte, el análisis de las condiciones de individuación de conceptos que busca establecer propiedades constitutivas de los conceptos  busca evaluar la plausibilidad metafísica de los mismos, y con ellos establecer su grado de verdad. Es simple y comprehensivo sostener que la convergencia de estos dos propósitos (propender a una relación de adecuación metodológica y buscar el grado de verdad metafísica de una teoría de conceptos) representa una posición más poderosa que aquellas donde cada una se plantea por separado. 

Hay diversas razones para sostener que, a partir de una teoría empírica que se considere comparativamente buena sólo con respecto a desideratas explicativos, no se sigue que dicha teoría sea una representación genuina de las propiedades esenciales de los fenómenos que se pretenden explicar. Por ahora, sólo señalaré tres de estas razones. En primer lugar, las teorías empíricas actuales, al despreciar un análisis ontológico de conceptos, tienden a partir del supuesto que el dar cuenta de las condiciones de posesión de los conceptos (i.e. al responder cómo es que podemos poseer conceptos) nos puede dicir todo lo que hay que saber acerca de los conceptos. Sin embargo, se sabe que tal enfoque se sustenta en una subversión, a lo menos, conceptualmente errada de las condiciones cuya satisfacción permitiría dar cuenta de la naturaleza de los conceptos. Intentar responder a la pregunta de cómo es que podemos poseer conceptos, con el fin de determinar qué es un concepto, ya está presuponiendo alguna noción de lo mismo que se pretende explicar a través la especificación de condiciones de posesión. Es decir, explicar cómo se posee algo asume ese algo cuya posesión se pretende explicar, dado que “poseer algo” y “ser ese algo que se posee” son dos cosas distintas. Lo obvio es, por lo tanto, que la pregunta acerca de qué es un concepto anteceda a la pregunta acerca de cómo se posee un concepto [2]. 

La segunda razón es que las condiciones de posesión de un concepto tienden a ser inevitablemente epistémicas. Luego, si determinar todas las condiciones de posesión de un concepto equivale, por ejemplo, a especificar todos los mecanismos y procedmientos epistémicos que dan cuenta de cómo podemos poseer un concepto, entonces determinar las propiedades esenciales de algo se hace dependiente de nuestros dispositivos epistémicos. Esto hace manifiesta una circularidad al asumir, por ejemplo, que la cognición en tanto fenómeno epistémico puede ser explicado en base a fenómenos igualmente epistémicos. A su vez, dicha circularidad hace manifiesta una poco saludable perspectiva filosófica, según la cual no se hace distingo entre pensar acerca del mundo tal cual pueda ser, independientemente de que seamos nosotros quienes estemos pensando e él.

La tercera razón tiene que ver con el hecho de que, tal como se aprecia en las teorías empíricas revisionistas con respecto a la visión definicional clásica, teorizar acerca de conceptos a partir de los mecanismos epistémicos fundados en la posesión de conceptos conduce a ciertas incompatibilidades teóricas importantes. Por ejemplo, uno puede plantear que o bien los conceptos poseen una “estructura estadística que codifica las propiedades que los objetos que caen en su extensión tienden a poseer”; o bien los conceptos están constituidos por el conjunto de ejemplares (e.g. mi concepto de árbol es el conjunto de árboles que recuerdo); o bien los conceptos corresponden a mini teorías de las categorías que representan. Sin embargo, ninguna de estas visiones resulta compatible con los fenómenos teóricos claramente ubicuos en nuestras capacidades cognitivas, tales como la productividad y la sistematicidad de los procesos mentales.

Para concluir, diré lo siguiente. Si es correcto decir que hacer filosofía corresponde a una actividad que puede ser ampliamente caracterizada como “buscar la manera correcta de pensar acerca de las cosas”, entonces lo que he planteado en este comentario constituye, a mi parecer, una postura filosóficamente sensata para aproximarse al problema de la naturaleza de los conceptos. En Chile, esta aproximación ha sido sistemáticamente defendida por el filósofo y académico de la Universidad de Chile, Guido Vallejos. He tratado de resumir uno de los aspectos centrales planteados en su libro Conceptos y Ciencia Cognitiva [3], con el fin de promover una perspectiva crítica y a la vez constructiva con respecto a los actuales desarrollos sobre conceptos en Ciencia Cognitiva. Toda contribución es este posteo es bienvenida.



Notas
[1] A grandes rasgos, la ontología busca determinar qué tipo de cosas hay en el mundo, y qué tipo de propiedades le son esenciales a aquello que haya. En este sentido, la ontología es parte de la metafísica en tanto ésta última busca establecer una visión o cuadro general del orden natural de las cosas, vale decir, de la naturaleza, estructura, componentes y principios fundamentales de la realidad.


[2] Puede ser al caso, por ejemplo, que una teoría proponga que los conceptos son representaciones mentales, y que poseer conceptos es poseer pensamientos acerca de las propiedades que expresen tales conceptos. En este caso, la situación de dependencia de las condiciones de posesión con respecto a las de identidad es aún más evidente, por cuando las primeras son necesariamente “parasitarias” de las segundas. Esto, sin embargo, no equivale a sostener que sean intercambiables, porque eso equivaldría a sostener que todo lo que puede parasitar de algo es suficiente para individuar ese algo.

[3] Los errores en este posteo son de mi responsabilidad.

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