En las ciencias del lenguaje, el estudio de la ‘conversación’ se ha llevado a cabo sobre la base de diversos supuestos y enfoques teóricos. En cualquiera de estos casos, la conversación ha sido entendida como una forma de interacción primaria que da pie al estudio de base empírica del lenguaje humano. En este sentido, los trabajos descriptivos realizados por sociolingüistas y etnometodólogos a un micronivel han decantado, en una importante medida, hacia el estudio del discurso en el marco de una interacción social de macronivel.
El estudio del rol del discurso en la interacción social de micronivel se caracteriza, entre otras cosas, por considerar en las descripciones aspectos vinculados a las variaciones sociolectales, dialectales, y estratificacionales. Al mismo tiempo, se pone especial atención a la manera en cómo el lenguaje es sensible a las relaciones existentes entre los participantes de un evento de habla, particularmente en términos de lo que se denomina ‘registro’.
En el caso de la interacción social de macronivel, el discurso, entendido como ‘acción’, ha sido examinado en términos de las funciones sociales que se llevan a cabo en contextos de orden global. En este enfoque se pone especial énfasis en categorías sociales relevantes a dicho contexto global de interacción (abstracción del contexto local o socio-situacional de la conversación real), y la manera en que a través del control social, grupos de personas coordinan, monitorean y/o desafían la producción y reproducción de diversas ideologías.
Discurso, tanto en el micronivel (lenguaje en uso en contextos socio-situacionales reales) como en el macronivel (abstracción de la interacción discursiva de micronivel) es un proceso que se ha fundado en el concepto de ‘interacción’. Este concepto implica, como se ha dicho, un contexto determinado y también la participación de al menos 2 usuarios del lenguaje. Dicho de manera simple, comunicar implica el traspaso de un mensaje “A” desde “B” a “C”. Discurso, en consecuencia, implica que este mensaje, que denominaremos ‘texto’, sea realmente emitido en un contexto real determinado. El texto en emisión y el contexto, junto a lo que ya conocemos del mundo, permitirán así la activación de significados adecuados para comunicarnos de manera efectiva.
Como algunos han puntualizado, es aquí donde surge en no pocos especialistas la confusión de que tanto en el ‘texto’ como en el ‘discurso’ se presenta un proceso de interacción, ya sea local (de micronivel) o global (de macronivel). Veamos por qué.
El texto ha sido caracterizado como una macro-proposición. Es decir, un conjunto de proposiciones interrelacionadas en función de una trama de tópicos y sub-tópicos, realizadas a través de algún determinado código lingüístico, cuya cohesión es resultado de la coherencia discursiva, y cuyo propósito comunicativo está determinado por metas u objetivos socio-pragmáticos. Es cuando esta macro-proposición se emite realmente en un determinado contexto que su estatus cambia al de ‘macro-acto de habla’ o discurso.
En este punto, es necesario aclarar que “texto”, como se ha caracterizado, sería todo aquello que es posible registrar en una grabadora de voz, y no solamente el conjunto determinado de palabras que percibimos registradas en un papel o en la Web. Un texto puede consistir en un sola proposición, realizada en una sola palabra (e.g. “¡No!”).
Se ha dicho, entonces, que un texto, digamos, por ejemplo, la editorial de un periódico, tendría características de interacción similares a las propias de un discurso determinado. Específicamente, se ha tratado de atribuir al texto, una descripción en función de las categorías descriptivas más típicas del análisis conversacional, a saber, los ‘turnos conversacionales’. Este parece ser un error "no menor".
Los que comparten el supuesto anterior argumentan que al momento de escribir, el autor de un determinado texto tiene en su mente la imagen de un lector ficticio (o virtual). De manera que al codificar la editorial en cuestión, el escritor “interactúa” con este lector, y por lo tanto –asumimos- este texto se transformaría en discurso una vez que algún “lector real determinado” lo lea en un “contexto determinado”, completando así los requisitos mínimos de la interacción discursiva. Y a partir de aquí, todo el castillo de naipes que caracteriza los modelos generados por el Análisis Social del Discurso.
Hemos dicho que la interacción requiere al menos 2 participantes en un evento comunicativo. En estricto rigor científico, estos participantes deben ser reales. ¿Cuáles serían los dos participantes o usuarios del lenguaje que interactúan cada vez que “conversamos” con nosotros mismos? En este caso imaginamos a nuestro interlocutor (algún otro yo) y por cierto que también imaginamos algunos turnos conversacionales. Imaginamos, además, con mayor o menor precisión, contextos determinados. Pero ¿en qué se diferencia todo esto –si vamos a lo fundamental- del ejercicio dialéctico que realizamos al crear un texto de orden argumentativo?
Quizás sea más didáctico (y entretenido) imaginar un juego de tesis, antítesis y síntesis como discutidas con un interlocutor pensado a nuestra conveniencia. Uno con el que jamás tendremos que interactuar de manera real.
Pienso que en el caso de la ‘textualización’, la interacción discursiva no existe, por cuanto los componentes de un supuesto evento comunicativo son en su mayoría ficticios, y los lectores finales de alguna editorial de periódico no contribuyen a la factura de dicho texto, como sí sucede en el caso de un macro-acto de habla. Este último necesariamente implica una ‘negociación’ real de significados, a través de la cual cada participante contribuye y coopera para lograr una interacción discursiva exitosa.
Como siempre, puedo estar completamente equivocado.
Ciudadano B
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