Al mismo tiempo, el acto ilocutivo (‘prometer’ en nuestro ejemplo), debe ser ratificado por el interlocutor como tal, si ha de convertirse finalmente en el acto comunicativo que se pretende. La interpretación del oyente (o del lector según sea el caso) pasa por considerar una serie de ‘condiciones’ previas requeridas dependiendo del acto ilocutivo que se trate. En el caso de la promesa, quien la enuncia (en un contexto determinado) debe hacer referencia al futuro, debe creer que realmente la cumplirá, y también debe entender que aquello prometido ha de tener efectos beneficiosos para el interlocutor, entre otras condiciones.
Cualquiera sea la intención comunicativa enunciada por los usuarios del lenguaje (o de idiomas determinados para ser precisos), sólo podrá ser interpretada si tanto las ‘condiciones de satisfacción’, como las señaladas, y los aspectos del ‘contexto de emisión’ resultan familiares en los ‘esquemas cognitivos’ asociados a experiencias determinadas del usuario. En otras palabras, lo que se intenta comunicar, para comunicarlo de manera efectiva, debe ser algo esperable por parte del interlocutor… en un contexto determinado. Lo contrario sólo nos conduce al fracaso de una 'comunicación efectiva'.
Como sucedió cuando entré a la oficina de mi jefa ordenando un aumento de sueldo. Una de las condiciones de satisfacción de dicho acto ilocutivo señala que quien ordena algo debe estar en una ‘posición de autoridad’ respecto del interlocutor. De lo contrario, la intención comunicativa es interpretada incorrectamente… o de alguna manera ‘no esperada’.
No importó cuánto traté de explicarle a mi jefa que se trataba sólo de una experimento lingüístico. Con el efecto (‘perlocutivo’) logrado, sólo me conseguí la amenaza de ponerme de patitas en la calle "si me hacía el chistoso de nuevo".
La lingüística puede ser un área de interés de alto riesgo… por suerte las isapres aún no lo han detectado.
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